Se cumplen 10 años del partido con Belgrano, por eso decidí redactar un pequeño resumen de lo que le habrá pasado a más de un hincha después del silbatazo final de aquel día que, varios mediocres, siguen festejando.

El 26 de junio no es un día más para el hincha de River, para muchos será el peor de nuestra historia. Ese nefasto partido con Belgrano de Córdoba en nuestra cancha fue el final de una crónica anunciada: una crisis que comenzó con el último puesto en 2008 de la mano de Diego Simeone. Pero que siguió casi de la misma forma con entrenadores como Néstor Gorosito, Leonardo Astrada, Angel Cappa y, el último de esta lista, Juan José López. Sería injusto solo culparlos a ellos, las dirigencias de 2005/06 en adelante se encargaron de vaciar las cuentas del club y por eso llegaron jugadores que no estuvieron a la altura, de bajo renombre que no respondieron en la cancha bajo las órdenes de los DT ya nombrados.

Todavía recuerdo esa tarde de 2011, yo tenía 13 años (hoy tengo 23), me desperté y solo esperaba la hora del partido. Cuando hizo el gol Pavone lo grité de una forma desaforada que parecía el desahogo de muchísimas frustraciones. También recuerdo haber reclamado el penal a Caruso que Pezzotta no vio o no quiso ver, a esta altura, todavía tengo mis dudas. El segundo tiempo fue sólo sufrimiento, para colmo esa jugada sonsa que termina en el gol de ellos fue un baldazo de agua fría, tal es así que cuando el árbitro, ahora sí cobró la falta en el área, ni lo festejé; pareciera que hubiese sabido lo que se venía. Al final, Pavone erró el penal más importante de su vida y a mi se me caían las lágrimas pero no dejaba de repetir: "No importa River, te amo igual". Bueno el final ya lo conocemos, medio país festejó y nosotros sufrimos como condenados.

Al terminar el partido no podía para de llorar, la primera reacción que tuve fue revolear algo contra la puerta, atrás de eso el reto de mi vieja que me dijo: "Pará nene que me vas a romper todo". Al mismo momento, fui corriendo a la pieza y me tiré a mi cama desconsolado abrazando mi almohada ya que tenía todo el juego de sábanas de River, como hasta ahora. Hay una frase, que con tan poca edad se me pasaba por la mente: "Amame cuando menos lo merezca, que será cuando más lo necesite", y, claramente, fue lo que hice. Al día siguiente me tocaba ir al colegio, abajo del guardapolvo blanco tenía la de River y me banqué todas las habidas y por haber, pero yo orgulloso con la banda que me cruzaba más que nunca el alma y el corazón. Mi respuesta siempre fue la misma: "Soy de River hasta jugando en la Z". No me importó nada, ni siquiera los hinchas del ex club que parecían campeones de la emoción que manejaban, típico de ellos.

Viví toda la pretemporada, post descenso, con toda la incertidumbre posible, todo quería saber de la actualidad del equipo: quienes venían, quienes se iban. Viví esos 38 duelos como el último de mi vida, dejé de entrenar solo por estar ahí pegado en la tele. Mi mundo era rojo y blanco, respiraba sentimiento. Desde ese 26 deje de ser hincha, me volví un enfermo, de esos que están más pendientes del club que de otra cosa. Muchos se ríen, siguen festejando derrotas ajenas pero yo, esta fecha, la tomo como el sello de este amor inquebrantable que heredé de mi viejo, que él de mi abuelo y que pienso dejarle como legado a mis hijos. Fue un día horrible, lo reconozco, pero a la vez terminó siendo el día que le juré amor a eterno a nuestro querido River Plate, al "MÁS GRANDE", al que se levantó de las cenizas para humillar a uno por uno de los que se reían. Cómo dije antes, no es una fecha más, un día como hoy, tanto yo como varios te juramos amar hasta el último día de nuestras vidas. Gracias River.

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